Porcelana precalentada, flores recolectadas y tostadas a mano, agua caliente a 85 grados que se derrama sobre las flores desde la altura del hombro, colar la infusión siguiendo el sentido de las agujas del reloj: los maestros del té de las teterías de Hangzhou siguen unos pasos muy estrictos para conceder al famoso té verde Longjing, también llamado té fuente de dragón, su sabor suave y completo.
A solo unos minutos en coche del ajetreo de la metrópoli de 10 millones de personas de Hangzhou, un oasis verde se abre paso en la pendiente: los campos de té de Longjing, considerados por los expertos como la meca del té verde. Hasta donde alcanza la vista, se pueden ver cómo los arbustos de té se extienden hacia el horizonte interrumpidos por ligeros senderos. No hay rastro de la multitud y del alboroto de la gran ciudad vecina: el silencio que se percibe en medio de los campos de té es casi meditativo. En China no solo se bebe té para calmar la sed, sino que se trata de una ceremonia que revela los principios fundamentales de la cultura china. El cultivo, el empleo y el consumo de té tiene una larga historia, por eso no sorprende que China sea considerada la cuna del té. La idea original fue del legendario emperador Shennong que, según cuentan, vivió hace 5.000 años. En esa época, el té se utilizaba con fines medicinales. Más tarde, durante la dinastía Tang, entre los años 618 y 907, la costumbre de beber té se extendió entre la población. Durante la dinastía Song, entre 960 y 1279, la cultura del té cambió considerablemente hasta convertirse en casi un ritual.