Huele a fruta, verdura, frutos secos, queso, especias y pescado fresco. A la dulce luz del Mediterráneo, todos estos aromas se unen para formar una suave mezcla que incita a comprar. Bajo palmeras, rodeado de edificios encantados en estilo de la burguesía del siglo XIX y con múltiples referencias a la cultúra árabe encontramos el Mercado de Atarazanas, el mercado más grande y antiguo de Málaga.
Los envoltorios de los caramelos rojos suenan en un cuenco, los ajos y las salchichas cuelgan del techo y, entre medias, brilla la cara de Natalia. La joven de 26 años trabaja en el mercado desde hace un año y ahora está ocupada preparando el puesto para la apertura. La familia de su jefe lleva tres generaciones vendiendo fruta deshidratada, miel, golosinas, frutos secos, vino, aceite de oliva, vinagre y mucho más. Este colorido puesto se encuentra en una de las tres secciones del mercado, que cuenta con una superficie de 5.000 metros cuadrados y 265 puestos de venta. Los vendedores, distribuidos por fruta y verdura, frutos secos, especias y encurtidos, pescado y carne, están preparados para hacer sus ofertas. El mercado abre sus puertas a las 8 de la mañana. Aunque lo que ocurre hasta entonces parece un caos ordenado, en realidad sigue su propia dramaturgia. Brazos fuertes bajan con esfuerzo cestas y cajas de los vehículos aparcados en las calles circundantes e innumerables carretillas llevan la mercancía hacia el interior del edificio; como si de una coreografía secreta se tratara, los actores se colocan cada uno en su posición. Las diferentes cajas se amontonan en los pasillos imitando un panorama urbano. Las manos laboriosas colocan la mercancía y crean, con cariño, arquitectura en sus puestos. Pero siempre queda tiempo para una broma o una charla con los compañeros. «Por supuesto que nos conocemos todos. Pasamos mucho tiempo juntos aquí, casi todos los días», ríe Natalia. No solo es un mercado que cobra vida; es un lugar casi mágico que conecta a los lugareños, recién llegados y turistas con la cultura española.