Justo fuera de las murallas medievales del significativo barrio periférico de Funtanalla, donde los árabes construyeron sus hornos para alfarería, se encuentra el Museo del Vidrio y del Cristal de Málaga. Desde 2009, tres familias amantes del vidrio se encargan, juntas, de administrarlo. En verano de 2019, después de una extensa reforma, el museo volvió a abrir sus puertas.
Frente a la iglesia de San Felipe Neri, detrás de un patio asfaltado, donde el estrecho camino entre las casas dibuja una curva, hay una casa señorial española del siglo XVIII antigua pero todavía importante. La casa, que tiene dos partes, cuenta con una fachada rústica, grandes puertas de madera y las ventanas con pequeños balcones con marcos de color verde y yace sobre la Plazuela Santísimo Cristo de la Sangre. A primera vista, nadie pensaría que se trata de un museo. Sin embargo, un letrero indica la entrada al Museo de Vidrio y Cristal de Málaga. Gracias a Gonzalo Fernández-Prieto, a su familia y a dos familias amigas, el edificio todavía sigue en pie. Tuvieron que luchar con el municipio durante muchos años hasta que acordaron renovarlo con el fin de conservarlo para la ciudad. Su contenido, una mezcla ecléctica de objetos artísticos nativos de exhibición heredados y coleccionados durante más de 25 años, se debe a estas familias. El museo, que ocupa 900 metros cuadrados, no se ha mantenido sencillo, como es lo habitual. La exposición muestra diversos objetos de cristal y vidrio de diferentes épocas en un entorno que irradia no menos gusto y elegancia que los objetos que aquí se exhiben. La mayor parte de los muebles datan de los siglos XVIII y XIX y proceden de toda Europa. Las paredes están decoradas con retratos familiares que datan de entre los siglos XVII y XX.